Entonces el hombre se inventó el
tiempo. Necesidad milenaria de estar sojuzgado a un dictador. Cuando una
condena se arrastra por tanto tiempo se olvida el dolor y el sentimiento de
humillación que trae consigo el tener una cadena colgando del tobillo. La
humanidad ha olvidado que se ha impuesto esta penitencia, que fue entre
hermanos que se colocaron los grilletes que los padres soldaron.
Existieron los locos, hombres sin
un dios que comenzaron a dudar de todo: dudaron del rey, dudaron del papa y
peor aún, blasfemaron contra el tiempo. Esas palabras siguen volando y sus
gestos continúan siendo imitados a través de los años. Encontraron una forma de
estirar las cadenas y reírse en la cara del tirano.
Ha sido una larga historia de
insurrección y guerra de guerrillas. Las armas evolucionan con la guerra y con
el enemigo. En un principio todo era parte de uno solo. Algunos comenzaron a
refinar las palabras hasta convertirlas en canciones o en discursos afilados
para agredir al amo. Otros tomaron las piedras y las arrojaron al aire para
convertirlas en templos, en guerreros multiformes de un ejército inmóvil.
Y han luchado, vaya que han
luchado. Los años se fueron alargando en esta rebeldía aislada. Las pequeñas
victorias fueron llegando. El código de Hammurabi sigue en pie con 3786 años;
el Partenón tiene 2446. Más de 150 generaciones de hombres han nacido y han
muerto. Muchos se han ido sumando a la causa. Shakespeare ha peleado 500 años y
Borges 82. Cada vez las heridas en el costado del monstruo son más amplias.